martes, 14 de agosto de 2007

Pepín, el guionista de la vida


Se ha ido Pepín Tristán, el alma de Tejera. La banda del Maestro Tejera que ya será también del Maestro Tristán, llora la pérdida de su verdadero alma. Ahora quizás levante los brazos para manejar su batuta en un atril nebuloso para que suenen unos compases soberbios, mas bien celestiales, de clarinetes alados y cajas sin sexo. El Palco número 9 de la Maestranza del cielo, junto con los Maestros de talla y callejón, que hace tiempo que recorren paseíllos eternos con capotes de paseo, lo acogerá de nuevo para alzarse de espaldas al ruedo donde se templan naturales infinitos sin almas en vilo de toreros que ya no se juegan la vida porque ya la perdieron.

También se ha ido Pepín para recorrer los Palcos detrás del Valle y la rosa del Subterráneo que además es Reina de los Cielos y de la Tierra. Allí entonará con su nueva banda los motetes que compusiera Zarzuela, que puede que hasta la escuche anónimo sentado en una silla de enea mientras los niños angelicales desnudos y graciosos corretean por la carrera oficial de la Avenida del cielo. Allí también hay una carrera oficial y esta no necesita ampliación porque es eterna. Hasta Dios se ha asomado por un balcón encalado que bien podría ser ese de María Coronel donde el saetero aguardaba impaciente el turno en el rito, como si no quisiera molestar ese final apoteósico de “La Madrugá” según Tejera, en un Domingo de Ramos.

Se ha ido Pepín, y se ha ido parte de Sevilla con él. Se ha ido la compaña que mejor pudiera tener un manto de Dolorosa. ¡Cuántos balanceos de candelabros de cola ha visto este hombre!, ¡cuántas veces habrá ordenado Pepín callar a su banda para que una saeta rasgara el aire de un Martes Santo por el Alcázar!. Pepín era como el guionista de la película “Semana Santa según Sevilla”. Si había que crear ambiente íntimo, mandaba soplar unas “Amarguras” de lujo para que se hiciera el silencio de Sevilla. Si había que arrancar aplausos, ordenaba un solo de Rocío de los mejores escuchados en cualquier rincón inusitado. ¿Que había que engrandecer la noche oscura y hacer callar a los jóvenes de Sevilla?, que suene “Soleá dame la Mano”; ¿que había que explosionar la tarde de globos y niños del Domingo de Ramos?, que se toque “Coronación de la Macarena” en la calle Laraña. Se nos ha ido la batuta de Sevilla, la claqueta de la película de todos los años, de todas las décadas, como lo fueron sus antepasados desde finales del XIX. De él dependía que se parasen los pasos, como antaño, buscando revirás” imposibles de pateros fueras de serie. De él dependía la alegría de los momentos cumbres y los respetuosos de los espartos y las tardes de Jueves Santo. No se consideraba un agregado más. Manejaba Sevilla a su antojo y no engañó a nadie, haciéndola mas grande.

¿Que sería una faena triunfante de Curro sin los compases de “Nerva” en la Maestranza? O quizás, le deba el triunfo, Curro, a la excelsitud de los compases de aquellos pasodobles compuestos a golpe de muletazo en el pentagrama. Los tiempos de los naturales y los pies juntos se los debe Curro a la música de Pepín igual que Pepín sabía cuando tenía que darse la vuelta para que el faraón levantase los tendidos por igual, como los zancos del Valle, porque para él era un triunfo suyo.

Ahora mas que nunca Sevilla se ha quedado huérfana de batuta. Probablemente serán otros los que escriban el guión de los futuros compases de la vida y de la tradición, sabiendo que para cada momento y para cada tarde hay una música distinta que nos emociona, igual que la luz que siempre está presente. La Luz y la música en Sevilla es como los boquerones y el mar en nuestra tierra y aunque ahora sean otros, como su hijo José Manuel, los que digan cuando hay que parar un paso o cuando una faena merece una Puerta del Príncipe, el guionista de la vida siempre seguirá siendo Pepín, en algún rincón detrás de un candelabro de cola o en el número 9 del coso mas importante que en el cielo haya mientras por aquí sólo nos queda implorar: ¡querido Pepín que estás en cielo, hágase tu voluntad tanto en la tierra como en el Cielo!, ¡y que así se haga!

1 comentario:

Roberto Villarrica dijo...

Se ha ido Pepín, y con él una forma de hacer las cosas con un sello muy sevillano. Pocos hay ahora que sepan comportarse con su clase y saber estar.

Como herencia nos deja una banda que suena a gloria y un descendiente que ha crecido junto a su padre aprendiendo el oficio.